Yo estaba en Prado Maguillo desde hacía 8 ó 10 días y mis padres decidieron venir unos días a estar conmigo y disfrutar de las frescas noches de verano de la sierra. Creo recordar que era domingo y por la tarde-noche se desató una tormenta eléctrica terrible pero ni una sola gota de agua. La sierra ya acusaba el rigor estival y el monte estaba muy seco. Cuando pasó la tormenta y mi vecino Juanjo el del Morrión y yo salimos a la calle nos llegó un olor fuerte a quemado. Era noche cerrada y vimos que venía, a toda velocidad, un coche hacia la aldea. Cuando llegó, lo paramos y preguntamos que pasaba. Los trabajadores del INFOCA nos informaron que les habían dado aviso de un incendio por La Tobilla o el "Prao Espinosilla". Se fueron rápidamente y nosotros decidimos subir andando al collado de Prao Puerco por el camino de la Morringa. El espectáculo que contemplamos era pavoroso. Los pinos ardían como teas y las llamaradas se elevaban un montón de metros sobre el terreno. Decidimos volver a la aldea e informar sobre el asunto. Mis padres eran un manojo de nervios y querían irse de inmediato. Yo, que estaba muy cansado después de trabajar todo el día, no tenía la más mínima gana de coger el coche y además al día siguiente tenía una cita "ineludible" con José Chinchilla (fontanero de Siles) en el cortijo de Los Pericolos. El cónclave aldeano decidió que el fuego estaba lejos y que en caso de peligro ya nos avisarían. A eso de las 11 de la noche llegó un coche de la Guardia Civil. Era el sargento del puesto de Santiago que venía buscando el incendio. Detuvo el coche junto a la fuente y se apeó con el mapa de Alpina en la mano. No daba pie con bola y finalmente nos preguntó donde estaba el fuego muy alterado. Tratamos de calmarle y cuando, más o menos lo conseguimos, le invitamos a mirar en dirección sureste. Parecía que se habían desatado todos los infiernos y podíamos ver un horizonte rojizo en plena noche. Esto pareció descomponer de nuevo al pobre sargento que exclamó "Joder, está ardiendo toda la sierra, ese debe ser el incendio de Valdemarín. No sabíamos que en la pedanía orcereña se había declarado otro incendio pero por la lejanía y dirección, aquello no podía ser Valdemarín. Tras nuestras indicaciones, el pobre hombre se fue hacia La Tobilla. La noche pasó sin mayores sobresaltos excepto para mis padres que no pegaron ojo en toda la noche y desde Los Pericolos vi como los helicópteros cargaban agua en el pantano de Anchuricas.
Volví a mediodía a la aldea y ya por la tarde entró un Land-Rover con una pequeña cuba detrás. Bajaron dos hombres cubiertos de hollín y tosiendo mucho y nos preguntaron donde podían llenar agua. Les dijimos que llenaran en el pilón de la fuente y se dirigieron a ella tras encender sendos cigarrillos. La tos se esfumó como por arte de magia pero, oh fatalidad, el motor de la cuba se negaba a arrancar. Si dejar sus cigarrillos se pusieron a investigar la causa. Pusieron más gasolina al depósito, pitillo en boca y aquello que no queria arrancar. Finalmente descubrieron que se había soltado el capuchón de la bujía, llenaron y se fueron.
Como el fuego de la Sierra de las Villas era enorme, habían mandado allí los medios que operaban en nuestra zona y este fuego que parecía extinguido, se reactivó con fiereza y fue mucho peor. Se quemó un delicioso valle y un rico monte que hoy está en fase de recuperación. Llevaron un mastodóntico bulldozer con idea de hacer un cortafuegos, no pudiendo llevar a cabo su tarea por lo quebrado del terreno.
El fuego se extinguió, según me contaron, casi expontaneamente cuando empujado por el viento del oeste alcanzó el extremo norte del calar, desprovisto de vegetación. Como consecuencia del fuego, se arreglaron caminos y se construyó una balsa de agua entre la Cañá del Sabucal y el collao de Gontal.
Hubo más anécdotas durante esos días que quizá sean relatados en otra ocasión.
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