jueves, 12 de abril de 2012

Descubriendo los helados.

Corría el año 1993, mes de agosto y ese día era mí santo. Habían venido unos amigos a pasar un par de días y de paso, todo hay que decirlo, a echarnos una mano porque estábamos en plena obra en la casa.
A mediodía acabamos pronto de trabajar y nos metimos entre pecho y espalda una comilona de aquí te espero. Terminada la comilona procedimos a recoger y a preparar una copita de cava y una tarta helada que trajeron, como obsequio, mis amigos. Se nos ocurrió invitar a José, que era un "jipe" que vivía en Prado Maguillo, ya que teníamos cierta relación con él porque nos había hecho algunos trabajos de carpintería. Vinieron él, su mujer y su hijo, que tendría unos 5 años.
Vivían en la aldea desde hacía unos 5 años y aunque eran unas personas agradables, muy cultas e inteligentes, llevaban una vida austerísima. Ella, médico de profesión, era ovo-lacto-vegetariana estricta y abstemia y él decía que también lo era pero cuando estaba con nosotros, sin su mujer, el jamón le encantaba y se hincaba los tercios de cerveza "doblaos". La base de su alimentación era la leche y el pan y lucían una delgadez extrema. La leche la compraban en cantidades industriales en el super de Orcera cuando tenían ocasión de ir y pan que les traía el panadero de Pontones. José o Jose tenía la manía de abrir los tetra-briks vacios, haciendo una lámina con ellos y los almacenaba en paquetes atados con una cuerda, porque pensaba hacer el tejado de su casa nuevo y usarlos como capa aislante.
Pero bueno, que me desvío del tema, teníamos todo preparado y salió la tarta. Procedimos a trocearla y repartirla y, al niño, los ojos se le salían de las órbitas. Cuando de ofrecimos su ración, su madre salió al quite y prohibió semejante heregía pero, ante la insistencia de todos, pareja incluida, no tuvo más remedio que ceder y el niño recibió su ración. La primera cucharada fue para él una avalancha de nuevas sensaciones y finalmente gritó a su madre: "¡Quema, quema, quema!
El pobre zagal nunca había probado el helado, ni tan siquiera el chocolate y pensaba  que aquello le quemaba . Tras la sorpresa generalizada y la cara de póker de su madre, el niño disfrutó enormemente con tan simple producto y creo que desde entonces le cambio un poco el chip.

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